Cuando un volcán cambió el clima del planeta
En abril de 1815, la Tierra tembló con una fuerza tan colosal que el mundo entero sentiría sus consecuencias durante años. El responsable: el Monte Tambora, ubicado en la isla de Sumbawa, en el archipiélago indonesio. Su erupción no solo fue una de las más violentas de la historia registrada, sino que alteró el clima global y desencadenó una serie de eventos catastróficos que marcarían la historia moderna.
Una erupción colosal: VEI 7
La escala que mide la fuerza de una erupción volcánica se llama Índice de Explosividad Volcánica (VEI, por sus siglas en inglés). Esta escala va del 0 al 8. La erupción del Tambora alcanzó el nivel 7, lo que la convierte en una de las más explosivas de los últimos 10.000 años, comparable solo con la de la supererupción de Santorini (Thera) en la antigüedad o la del volcán Taupo en Nueva Zelanda.
Durante los días 5 al 15 de abril de 1815, el Monte Tambora rugió con una violencia sobrenatural. Se estima que liberó más de 150 km³ de material volcánico, redujo la altura del volcán de más de 4.300 metros a unos 2.850, y creó una caldera de 6 kilómetros de diámetro. La explosión fue tan fuerte que se escuchó a más de 2.000 km de distancia. Algunos pensaron que era el sonido de una guerra naval.
Muerte y devastación local.
En Indonesia, la destrucción fue inmediata y brutal. Se calcula que al menos 10.000 personas murieron directamente por la erupción y los flujos piroclásticos, que arrasaron pueblos enteros. Pero las consecuencias más mortales vinieron después. Las cosechas se perdieron, el ganado murió, y miles más fallecieron por hambrunas y enfermedades, elevando el número total de muertos a entre 60.000 y 100.000 personas en la región.
El polvo que apagó el sol: impacto climático global
La erupción del Tambora arrojó entre 100 y 120 millones de toneladas de dióxido de azufre (SO₂) a la estratósfera. Este gas, al combinarse con vapor de agua, forma aerosoles de ácido sulfúrico, que reflejan la luz solar y enfrían el planeta.
Durante los siguientes meses, estos aerosoles se dispersaron por la atmósfera, provocando un descenso global de las temperaturas. Así comenzó el fenómeno conocido como “El año sin verano”: 1816.
El año sin verano: 1816
En Europa, América del Norte y Asia, el clima en 1816 fue completamente anómalo.
En Nueva Inglaterra (EE.UU.), se registraron heladas en junio y julio. Nevadas en pleno verano arruinaron las cosechas.
En Suiza, los glaciares crecieron y las tormentas destruyeron los campos.
En China e India, las lluvias intensas y las sequías provocaron epidemias de cólera y hambrunas masivas.
La escasez de alimentos provocó migraciones, disturbios y subidas de precios en todo el mundo. Se vivió una auténtica crisis alimentaria global.
Ciencia y legado histórico
Aunque en 1816 la relación entre volcanes y clima aún no estaba clara, hoy los científicos entienden perfectamente este vínculo. Estudios modernos basados en anillos de árboles, núcleos de hielo y sedimentos han confirmado la caída abrupta de temperaturas en ese año y la presencia de aerosoles volcánicos en la atmósfera.
Un estudio de Self, Rampino y otros (1984) publicado en Nature calculó los efectos de las grandes erupciones sobre el clima, y situó al Tambora como un evento climático de escala planetaria.
Además, el año sin verano tuvo un impacto cultural inesperado. En ese clima sombrío, Mary Shelley escribió en 1816 Frankenstein durante un verano lluvioso en Suiza. El cielo gris y la atmósfera apocalíptica influyeron profundamente en su imaginación.
Una advertencia desde el pasado
La erupción del Monte Tambora fue una muestra brutal del poder de la naturaleza. Alteró el equilibrio climático del planeta, provocó una catástrofe humanitaria y dejó una huella en la historia, la ciencia y la cultura.
Nos recuerda que, aunque los humanos dominamos muchas tecnologías, aún vivimos en un planeta dinámico y cambiante, donde un volcán puede hacer que el mundo entero tiemble… y se enfríe.
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